Cuenta Carmelo Vázquez que sus inicios académicos se centraron en el tratamiento de la depresión, pero decidió darle la vuelta a la tortilla para especializarse en incrementar el bienestar de sus pacientes. “Una persona sin síntomas está sana, pero si no tiene ilusiones es como una acelga”. Catedrático de Psicopatología en la Universidad Complutense de Madrid, Vázquez también representa en España a la Red Europea de Psicología Positiva y por ese motivo dio el jueves una conferencia en el congreso sobre felicidad organizado por la Universidad Loyola Andalucía.
-¿De qué hablan los estudiosos de la felicidad?
-De lo que la gente considera que es mas importante en su vida: cómo tener una vida plena y dichosa. El estudio de la felicidad a nivel científico ha sido muy tardío, de finales de los años 70, pero es una preocupación que ha estado siempre en la mente de todo el mundo.
-¿Han sido capaces de medir la felicidad?
-Claro, aunque hay mucha gente escéptica. Se hace a través de entrevistas, escalas y cuestionarios, si bien es cierto que se trata de algo subjetivo, de emociones, sensaciones y percepciones.
-¿Cómo es el procedimiento?
-Primero hay que dejar claro qué es la felicidad. Se puede definir como la sensación de estar contento y satisfecho con tu vida. Yo creo que hay que ir al fondo para tener una visión completa y averiguar si la gente tiene la sensación de tener una buena vida. Lo entiendo como la vida en la que uno es capaz de desarrollar sus potencialidades en función del lugar, las circunstancias y el tiempo histórico. No sólo depende del individuo, sino que intervienen muchos elementos externos. Eso es felicidad con mayúsculas, no sólo sentirse bien, que es importante, pero no la única cuestión.
-¿Somos más felices de niños, como se suele pensar?
-Creemos que la infancia es uno de los momentos más satisfactorios de la vida, pero no lo sabemos. El 90% de encuestas se hacen a personas entre 18 y 65 años y necesitamos preguntarle a los colectivos que se quedan fuera. Cuando se ha hecho, se deduce que los niños son muy felices hasta los 8 o 10 años. A partir de ahí, la felicidad desciende de forma paulatina hasta que se alcanzan los 45 o 50 años, cuando empieza a recuperarse. Tenemos ideas muy fantaseadas sobre la niñez y creo que nos llevaríamos una sorpresa si nos atrevemos a preguntar. Hay un estudio del británico Richard Layard, político y catedrático de Economía, que pretende averiguar por qué los niños del Reino Unido no se sienten felices y qué se puede hacer para mejorar la situación globalmente.
-¿Qué conclusiones sacó?
-Que la felicidad humana es educable y está relacionada con la capacidad de tomar decisiones. Muchas veces los niños se consideran simples marionetas que no controlan su vida. Propone darles sensación de autonomía y control a los niños y favorecer la comunicación positiva de sentimientos. Una escuela positiva tiene que ver con la educación en valores de ciudadanía, que han sido absurdamente criticados, como la gratitud, la amistad, la empatía o la compasión.
-Imagino que eso es lo que defiende la psicología positiva.
-Eso es. Queremos crear ciudadanos más críticos y cercanos, que comprendan las emociones de los demás. Así serán capaces de resistir la adversidad. La educación no es sólo almacenar conocimientos y en este sentido va el cambio que propone Layard en el Reino Unido.
-Explique qué es eso de la psicología positiva.
-Es una mirada adicional a la psicología que consiste en prestar atención a conceptos relativamente ignorados hasta ahora. No tenemos que centrarnos sólo en el dolor y el sufrimiento. En mi trabajo como psicólogo me he dado cuenta de que hay mucho que aprender de las sensaciones positivas.
-¿No sería caer en un exceso de optimismo?
-No se trata de vender el optimismo como una mercancía, sino saber qué provoca. Si tengo un familiar en el hospital, quiero que lo afronte lo mejor posible, pero no puede ser que distorsione la realidad. Vivimos en un sistema donde creo que tienen mucho prestigio la tristeza y el sufrimiento y menor aprecio hacia los momentos mas hedónicos.
-¿En qué punto de felicidad estamos en España?
-En las encuestas se detectan muchas emociones positivas, pero cierta insatisfacción con la propia vida. Estamos en torno al 7 y pico. Está bien, es un notable, pero hay muchos países que nos superan. La gente no se explica cómo los escandinavos alcanzan cotas mayores que las nuestras, que somos la alegría de la huerta. Tenemos condiciones muy buenas, pero nos hemos organizado muy mal, porque no se transmite esperanza ni oportunidades a las generaciones que vienen detrás. Un joven que vive en Islandia puede tener una vida digna con su salario y en eso consiste la felicidad.
-Si el problema está en el sistema, ¿qué se puede hacer para ser feliz?
-Bertrand Russell dice que el secreto de la felicidad es elegir bien a tus padres. Eso es imposible, pero hay otras cosas, como darte cuenta de qué cosas buenas te pasan o pensar qué puedes hacer conscientemente para mejorar la vida de una persona que está al lado. Esto lo hacemos todos los días dando un abrazo, saliendo de cañas, e incluso mandando un whatsapp. Todavía no se ha evaluado el impacto que tiene esta aplicación en la felicidad, pero permite el contacto permanente y crea redes emocionales invisibles. Yo creo que es muy importante la felicidad compartida y Andalucía es una tierra privilegiada en eso.
-¿En qué sentido?
-Cuando se hacen mapas de felicidad en el mundo, aparece la paradoja latinoamericana. Panamá, Costa Rica y Colombia están al nivel de los escandinavos, pese a las diferencias económicas. Dicen que es porque son muy exagerados, pero yo creo que no. Hay algo relacionado con el tejido social y el apoyo mutuo que salió, en parte, de la Torre del Oro hacia delante y llegó a aquellas tierras y está relacionado con el bienestar.